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viernes, 4 de junio de 2021

Versos congelados

  Tampoco me importa el mío
Va una segunda entrega de leyendas  habida cuenta de que la primera fue muy bien recibida. En esta ocasión, de uno de los pueblos originarios de Tierra del Fuego.
Los Onas, o selk'nam, pertenecen a un pueblo que hasta principios del siglo XX vivía en el norte y centro de la isla Grande de Tierra del Fuego, en Argentina y Chile.​ ​Originalmente eran nómadas terrestres, cazadores y recolectores...
Pero...
No podré avanzar con ella si antes no les cuento que es más que frío el frío que hizo toda la semana, que estoy con las ideas congeladas, y la escarcha me tiene tiesa.
Y lo digo yo que hace 38 años habito en este sur del sur. 
Tal vez con algunas fotos de estos días, particularmente de carámbanos, puedan tener una idea cabal de qué estoy hablando.


No serán fotos para ganar un Putlizer, un National Geographic Traveler Photos o no participarán del World Press Photo, pero espero que sean elocuentes.
Dicho y mostrado esto, ahora sí va la leyenda del pueblo Ona que espero resulte del agrado de mis visitas. 
Obviamente continúo con el tema del otoño que por aquí se ha fugado.

"Dicen que dicen que, en los primeros tiempos, las hojas de los bosques siempre eran verdes, jamás caían de los árboles, ni cambiaban su color al llegar el otoño. Entre la etnia vivía un joven llamado Kamshout al que le gustaba mucho viajar y explorar nuevas tierras.

Un día, partió para realizar uno de sus viajes pero esta vez pasó demasiado tiempo y él no regresaba 

Entonces, con mucho dolor su familia y amigos lo dieron por muerto.

Cuando ya nadie lo esperaba, Kamshout apareció, más viejo y con muchísimas anécdotas para relatar. 

Entre ellas, el joven contó la que más lo asombró: había descubierto un lugar mágico, poblado de hermosos bosques infinitos, y que las hojas de los árboles se tornaban de colores rojizos y dorados para luego comenzar a caer libremente al suelo, hasta que los árboles parecían estar totalmente muertos.

A medida que las temperaturas iban subiendo, renacían las magníficas copas de los árboles en degradé de verdes, es decir, que todo volvía a brotar como por arte de magia.

Nadie creyó la historia; Kamshout debió soportar que todos se burlaran de él, entonces, desilusionado, decidió irse y ya nadie lo volvió a ver, hasta que regresó convertido en un pájaro de plumas verdes, amarillas y rojas.

Cuando llegó el otoño, el pajarraco comenzó a revolotear de árbol en árbol y, al rozarlos, con sus plumas rojas los fue tiñendo a todos. 

Desde esos tiempos los loros se reúnen en grupos en las ramas de los árboles y al llegar el otoño el bosque se colorea".

Linda historia ¿cierto?

Gracias por pasar. Hasta el viernes próximo, o hasta cuando gusten volver.
 Lu
Música en tiempos de covid-19
Acá no zafás:
(por eso me hice “bloggera”, para publicarme...entrega Nº 400 de la suelta de mis letritas)
NOTA: Sí...sé que lo publiqué el año pasado y otras veces más pero...
Me gusta y tiene sentido con todo lo que hoy digo en esta edición. No sé si eso justifica la repetición. En todo caso, espero sepan disculparme.
Pero...¡vamos! a decir verdad, quienes lo leyeron ya, seguro no lo recordaban. Entonces vale como si fuera la primera vez que lo leen.
Versos congelados
A pura escarcha
este invierno
-extraño-
me domestica.
El  frío
me anida el rostro
Los cárambanos
huyen de la ventana
rasgan mi piel,
atraviesan mis entrañas
Y esa imagen
congelada
de aquel otro frío
el mismo
pero distinto
-porque me falta tu abrigo-
El viento arremete
con silbido patagónico
y ese sonido nuestro
desconocido
para  otros...
A pura Patagonia
la nieve
-cuando me habla de vos-
se desliza en tobogán
bajando desde mis ojos.