jueves, 17 de noviembre de 2011

El Cachito

Tampoco me importa el mío
Y por eso hoy voy publicar el último cuento que me queda, por ahora, de la serie de mi infancia correntina.Quedó medio de "contramano", pero es que los últimos aconteceres de mi vida se sucedieron tan vertiginosamente que no pude publicarlo antes. Y con el mismo vértigo de los sucesos no gratos de los últimos dos meses, sin duda transcurrieron los días.
¡Casi finaliza otro año!Las vidrieras ya están vestidas con adornos navideños acordes a las festividades del mes de diciembre, los avisos publicitarios también. Entonces me pregunto...¿no será demasiado pronto? ¿Tiene que ver ésto con el acelere de los tiempos nuevos? Apenas despuntó noviembre, y ya empezaron los primeros adelantados con la parafernalia de adornos para tal ocasión.
Lo que sea, me apena...me apena  tanto empujar los minutos, las horas, los días. ¿Cuál es la urgencia? En ese sentido, y sólo en ese, me gustaba más mi infancia correntina, en donde cada día parecía no querer dar lugar a la noche, y teníamos tiempo para disfrutar de todas y cada una de las actividades. Podíamos entonces, elegir con tranquilidad y a conciencia,lo que queríamos para el "después", en tanto disfrutábamos del "ahora".
¿O será que como era niña dimensionaba la vida desde otro punto de vista? Tal vez...Pero como quiera que sea, pareciera que los días tienen menos de 24 horas, los años menos de 365 días...¿Para qué  acelerarlos más aún anticipando temporadas, festividades, modas al competitivo y enfermizo ritmo de los comerciantes?
Como siempre, gracias por leer mi blog. Espero opiniones, críticas y halagos también ¿Vale? ¡Hasta el jueves próximo! Buena vida.
Lu
La frase para mirarse hacia adentro:
Lo que se les dé a los niños, los niños darán a la sociedad
                                                                                            Karl A. Menninger 
  Acá no zafás
(para eso  me hice “bloggera”, para publicarme...¡así que leé la entrega Nro 40 de la suelta de mis letritas)
 El Cachito
Lo recuerdo ahora como si lo hubiera vivido. Viene nítido a mí, el relato que escuché tantas veces en mi infancia correntina.
Imagino la escuela, alejada del casco urbano. Imagino niños de miradas tristes, pieles agrietadas por el sol y el trabajo, sonrisas sin dientes y juegos en los recreos, como única alternativa de niñez.
Imagino también a las maestras, mirándolos condescendientes, sintiéndose cerquita de Dios por ser tan comprensivas y generosas con esos chicos pobres, que lejos estaban de ser de la misma casta. Ellas, todas de familias bien, que fueron educadas como “niñas”. Ellos, pobres, ignorantes, nacidos y nacidas para “criados y criadas”.
Imagino aquella mañanita soleada, en que “importantísimas personas del pueblo”, hombres y mujeres de bien socios y socias del Club de Leones, concurrieron con su manto de piedad y un helado palito para cada infante. Ese fue el mejor regalo en el que pudieron pensar, a modo de celebración del día del niño, allá por agosto del ’66.
Luego, lo de siempre: chocolate con  “caras sucias” y caras sucias. Globos, juegos y canciones acompañadas por la guitarra desafinada de la maestra de música, que tenía un sueldo de miseria, pero por suerte un marido estanciero.
Risas, gritos, peleas, empujones y al fin, al menos por esa mañana, niños y niñas disfrutando de la infancia como pocas veces podían hacerlo.
Finalmente, y como todo lo bueno, se terminaba la feliz jornada.
Finalmente, como cada día se aprestaban a volver a sus ranchos, a dormir una siesta apretados entre la pared de ladrillos y adobe y sus hermanos. Con el calor chorreándoles por los poros y, por esa vez, sin ruidos de panzas  hambrientas.
Y fue justo con el sonar de la campana, anunciando la salida escolar, cuando solito en medio del aula “el Cachito” seguía estático, incrédulo, revisando una y otra vez su viejo portafolio heredado de algún alma caritativa.
Se acercó a él, solícita la señorita Directora que, como correspondía a aquellos tiempos y a esa sociedad norteña, se llamaba Felisita.
Se acercó para decirle si estaba sordo y  no había escuchado la campana, que ya debería estar en la fila tomando distancia para despedir a las maestras y compañeros. Se acercó más y sólo entonces se dio cuenta que Cachito, lloraba con lágrimas silenciosas, miraba incrédulo sus dedos pegoteados de chocolate y desesperado buscaba el helado palito que había guardado en su portafolio, con el más puro amor de todos los tiempos, para llevárselo a su mamá.

4 comentarios:

  1. LU : CON RESPECTO A LA INTRO , COINCIDO CON VOS CON RESPECTO A ESTE VERTIGINOSO RITMO DE LA SOCIEDAD , AL CUAL MUCHAS VECES , CONFIESO , ME ENCUENTRO SUBIDA , SIN DARME CUENTA.
    EL RELATO , PURA TERNURA , POR DONDE SE LO MIRE .........
    TE ESPERO EL JUEVES !!!! TE QUIERE.....
    LA UBALDON.

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  2. ¡Ay mi Lucía nostalgiosa! El tiempo pasa volando, pero nadie lo ha visto pasar por más que mire para arriba, y menos los chicos. A vos, como a mí, como a tanta gente que ya pasó los cuarenta (¡Qué bella edad!) Nos parece un desperdicio eso de vivir tan apurados, pero esa es la realidad de hoy, todo pasa y nada queda, no es como decía Machado, aunque a pesar de ello, lo nuestro es pasar. Y hacemos camino, amiga, a pesar de las urgencias de los tiempos, nos volvemos parte de la historia, somos historia viviente.
    El cuentito es algo tan emotivo, y tan posible que puede pasar en la vida real. Me encantan tus recuerdos de infancia, se ve que cuidás a esa nena que fuiste y que llevás dentro tuyo. Besos, Evy

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  3. Lucia, me encantó tu cuento... muy dulce, muy tierno, pero que me dejó un dejo de melancolía pensando en la ilusión de Cachito al guardar el helado para su mamá y la desilusión posterior...

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  4. Pobre cachito, inocente, como casi todos los chicos de esa época. Me hiciste acordar de algo que hice y que estaba en el olvido. Guarde uvas debajo de la almohada para "mañana". A veces me gustaría volver a ser chica, seria maravilloso. Y el tiempo pasa, por suerte guardamos experiencia, madurez, y la satisfación del deber cumplido...

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