viernes, 25 de julio de 2014

Parece un cuento

Tampoco me importa el mío
Por eso hoy quiero contar que ¡al fin! llegó el invierno a Ushuaia. 
Ojalá quienes no la conocen puedan imaginar la belleza de estos paisajes vestidos de blanco. Y ojalá quienes la conocen, pero ya no viven por estas latitudes, puedan cerrar los ojos y recordarla. Y un ojalá más: es para quienes viven aquí pero no la ven. El deseo entonces es que empiecen a ver, a sentir, a amar este rincón del planeta. Sólo cuando eso suceda se darán cuenta del maravilloso entorno que nos rodea y podrán disfrutarlo, cuidarlo, como así también sentirse privilegiados por habitar este suelo bendecido por la naturaleza.
De para bienes, ni hablar, el turismo local, gracias al cual se sostienen infinidad de gentes. Magnífica nevada también para quienes disfrutan de los deportes invernales. Y felices estamos quienes a pesar de no hacer ninguna actividad particularmente relacionada con la nieve, la disfrutamos desde atrás de nuestras ventanas y vemos una ciudad limpia y blanca. ¡Está muy bien olvidarse un poco de lo sucia y desprolija que está Ushuaia en los últimos tiempos!
Y no soy tan necia. Sé de los inconvenientes que acarrea a quienes trabajan y deben salir de su casa a transitar en horas pico las calles nevadas, sé de los problemas para quienes tienen hijos pequeños, sé de la dificultad para conseguir un taxi o remis, y ¡peor aún si hay que esperar un colectivo! Este último sistema de transporte público en esta ciudad directamente NO EXISTE...¡Es pésimo el servicio! Y si sé de todas estas cuestiones "negativas" que acarrea el acopio de nieve, es ...¡porque las he vivido! Y que quede claro, las he VIVIDO, no las he SUFRIDO, pues siempre estuve convencida de vivir en éste, mi lugar en el mundo. 
Recuerdo algunas situaciones en que no pude sacar el auto de mi casa, atascado que quedaba en la nieve, recuerdo cuando tenía que salir media hora antes a encender el auto y palear la nieve para hacer un caminito que me permitiera transitar con mi, por entonces, pequeña hija. Recuerdo salir las dos de casa para ir caminando hasta mi trabajo, donde ella pasaba la mañana ante mi imposibilidad de acercarla a su escuela. En este punto recuerdo una anécdota que por estos días me parece muy chistosa...¡pero creo que en aquellos complicados tiempos no tanto!
Entré a mi casa una mañana, escarchada, luego de palear nieve, limpiar el auto, hacer el caminito, y fue entonces, cuando mi pequeña, sentada en un escalón y con sus manitos "sosteníendose la cara" me dijo, suspirando, "¡Mamá necesitamos un marido!"
Debo decir en este punto, para quienes no lo saben, que crié sola a mi hija, por lo tanto, todas estas tareas que socialmente están vistas -y así se hacen- como "de hombres", las hice siempre yo.
De hecho, creo que, ni antes ni ahora, haya mujeres que teniendo a su marido en la casa las hayan realizado.
¿Y porqué digo ésto? Pues para que, quienes leen este blog y vivieron o viven por estos lares por una cuestión meramente económica y sin disfrutar en absoluto de la capa blanca que viste por estos días mi ciudad, no crean que tuve una vida fácil y con todo resuelto. O para que, quienes me conocen, no se queden pensando que puedo disfrutar de Ushuaia nevada, sólo porque ya no trabajo ni tengo niños pequeños.
Y también cocinaba, llevaba a mi hija al médico, el auto al taller, iba a pagar los servicios públicos, a los bancos, cambiaba los cueritos de las canillas, trabajaba 7 horas diarias en el jardín de infantes... 
Y entre paleadas de nieve, preparar un rico guiso para ahuyentar el frío, contar un cuento, hacer un "neskuik" caliente  a los amiguitos de Agus, que entraban todos mojados luego de revolcarse en la nieve con los trineos, se me fue, casi,  un cuarto de siglo. 
Éste es el invierno número 32 que paso en Ushuaia...¡y lo dejo picando para retomar justo en este punto la próxima intro!
Como siempre, gracias por leer mi blog. Espero opiniones, críticas y halagos también ¿Vale? ¡Hasta el viernes próximo! Buena vida
  Lu
Frases para pensar:
Hay quien cruza el bosque y sólo ve leña para el fuego
León Tolstoi
"Es increíble que la naturaleza pida a gritos ayuda, pero más increíble es que nadie la escuche." 
¿ ?
Bienvenido invierno, porque detrás de ti vendrá la primavera
Mi maestra de quito grado (y antes que ella no sé)
Una mentira es como una bola de nieve: cuánto más rueda, más grande se vuelve.
Martín Lutero
Acá no zafás:
(para eso  me hice “bloggera”, para publicarme...¡así que leé la entrega Nº  145 de la suelta de mis letritas)  
Parece un cuento
Juliana, novel escritora, es una convencida de que es tiempo de volver a las fuentes, de recoger datos de lo cotidiano, del olor a sopa de la abuela, de escuchar  los trinos de los pájaros y sentir la tibieza del sol aún en los grises del invierno. Cree también que es tiempo del volver a casa más temprano que tarde, y sentarse a contar cuentos a los niños, de charlar con la pareja mirándose las miradas y disfrutar de una cena íntima, brindando por el placer de vibrar con el chin chin de las copas…

Por todo eso y mucho más le pareció oportuno embarcarse a escribir una historia con personajes “a la antigua” y tal sus ideales de pareja.
Tuvo un segundo de duda…un segundo en el cual pensó que tal vez  por eso, por esa manera de sentir, aún no había encontrado a ese hombre con el que soñaba para compartir el camino…Estaba sola, y en apenas dos meses cumpliría los 30…

-Érase una vez que era….mmm…no,no.  Así creerán que es exclusiva para niños, pero, ¿por qué debería serlo? ¿Por los usos y costumbres?
-Al diablo con ello, se dijo, y volvió a dibujar firuletes en el teclado con la agilidad de sus dedos para recorrerlo.
Érase una vez que era, una trabajadora que transcurría 6 horas de cada uno de los días laborables en una ignota editorial, oficiando de correctora, recepcionista, y administrativa, entre otras varias funciones.
Era una joven madre, jugaba escondidas, contaba cuentos, calmaba llantos, asistía a las reuniones del Jardín de Infantes de Micaela, entre otras varias actividades maternales…no materiales.
Era una esposamante atenta a las necesidades de su compañero, atrevida y satisfecha, que elegía dormir un poco menos y disfrutar del sexo un poco más.
Era todo eso y mucho más, porque Juan, su Juan, la acompañaba, y daba lo mismo quien cocinaba, o quien bañaba a la niña, o quien lavaba la ropa. La única tarea fijada, y sellada con el compromiso que ambos le daban al valor de la palabra, era ir juntos al supermercado.

Con los personajes ya delineados, Juliana decidió hacer una pausa.
Guardó su trabajo, pero no pudo hacer lo mismo con las ideas que giraban una y otra vez sobre como finalizar esa historia que por momentos le parecía bastante “dulce” y poco real para estos tiempos.
Salió de su escritorio personal, y con paso decididamente atropellado se dirigió hacia la cocina. Tenía hambre de algo rápido. Un sándwich por ejemplo. Se dio cuenta de que habían transcurrido varias horas, al notar la creciente penumbra dentro de su casa. Encendió las luces y, antes de poder abrir la heladera, escuchó a Tomasino maullando y rasguñando la puerta, que daba al jardín del fondo, y tuvo la certeza de que la noche había caído.
¡Ese era su gatito! Un atorrante, todo el día por allí, pero cada atardecer volvía a esperar la hora de ir a dormir con ella. Sonrió al recordar que algunos amigos le decían que era un gato, no un bebé, el muy malcriado.
Al abrir la puerta se dio cuenta también de que había nevado lo suficiente porque su jardín estaba blanco y fue entonces cuando vio, marcadas en la nieve, huellas de pasos humanos. Huellas que parecían llegar hasta el umbral y luego retomar el camino de salida hacia el frente nuevamente.
Sin dudas, lo que estaba viendo no eran pisadas de su gato ni de ningún otro animalito doméstico.
Entró Tomi, maullando y mojado, y ella, presurosa, cerró la puerta, con las dos cerraduras de que disponía, y todas las cortinas de las ventanas que daban hacia el fondo de su casa. 
 Volvió a la heladera, pues el hambre solía ponerla de mal humor y no le permitía pensar. Ya con el jamón cocido y la mayonesa en la mano, se detuvo súbitamente cuando sintió  pasos alrededor de su cocina y golpes en la puerta del fondo...
                        Continuará

1 comentario:

  1. Hola, después de varios días. Me encanta tu defensa del invierno fueguino. No quiero ser reiterativa, pero a mí también me encantaba cuando podía (salud de por medio disfrutarlo y no sufrirlo como me pasa en esta 3a. edad achacosa). Claro que es hermoso ver todo blanco y parejito como digo en uno de mis tantos escritos sobre la nieve, que cuando la conocí comparé con el azúcar, por el color y el ruidito que hace al pisarla. Dije también que era como un manto de piedad sobre las casas de aquellos tiempos, 37 inviernos atrás, donde había muchas casitas más que humildes en mi querida ciudad de Río Grande, y sí, la nieve hacía que todas las casas se vieran igualmente bellas, hermanadas en un solo color. Contrastando con aquellos atardeceres rojos, a las 4 de la tarde, donde parecía que el cielo se prendía fuego.
    Y no hace falta un marido para ciertas tareas como las que mencionás porque yo lo tuve y a pesar de ello también debí palear nieve haciendo caminitos, calentar el auto después de haber descongelado sus vidrios con la pavita de agua caliente y arrastrar el canasto con mi vástago super abrigado dentro para transportarlo a la guardería y años más tarde, cuando llegó la malaria, llevarlo a pie hasta la escuela (en Río Grande no había entonces colectivos, pocos taxis y obvio no tenía plata para eso), en fin, que sé de lo que estás hablando porque también lo viví. Y aunque que a veces tenga nostalgias de aquello, quiero cambiar, por ejemplo hoy, te escribo desde el departamento de mi hijo en La Plata, en un mediodía muy frío, pero con un sol que calienta bastante e ilumina mucho más este tres ambientes y lo convierte en un ámbito cálido y acogedor. No reniego de TDF, pero para mí es hora de un cambio.
    Has encarado una nueva narración y me gusta como va, espero ansiosa la próxima entrega de tus letritas. Besos, Evy

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