Tampoco me importa el mío
Por eso la vida me da sorpresas…¡y este blog también!
El sábado al regresar a mi casa abrí, como siempre lo hago, el buzón. Creo que
ese gesto de abrirlo cotidianamente es mi manera de atrincherarme, mi manera de
resistir a la desaparición de la correspondencia postal, que es personal,
inequívoca, que huele según la persona que la envía, que nos permite sentir sus
vibraciones, sus novedades, su estado de ánimo, según esa caligrafía más o
menos apretada, más o menos legible, más o menos segura…
Pero, volviendo al buzón, generalmente su interior está vacío y
oscuro, ocasionalmente encuentro facturas a pagar y, a principios de
enero, finalmente mi requisa dio
resultado: encontré, como ya saben, el sobre cubierto de estampillas de Portugal
que me enviara mi amiga Hélène.
¿Y porqué mencioné el sábado? Pues porque
ese día, al abrirlo… ¡encontré una carta en su interior! Sobre de papel madera,
con mi nombre escrito en letra cursiva, prolijita y serena…En el dorso, como
corresponde, escrito con la misma letra, nombre y domicilio de la autora de tan
magnifico gesto. No tenía estampillas, acercó la carta personalmente, lo cual
le da, para mi, un valor agregado.
¿Y porqué el blog me da sorpresas? ¡Pues
porque esa carta me la había dejado una asidua lectora de ¡Que me importa tu
pasado!
Solidarizándose y acordando con mi causa,
el sobre contenía, además de una carta llena de afecto y comentarios, hechos
con una magnífica letra, prolija, segura, firme, pequeñita, copia de una nota de la revista La Nación del domingo
27 de julio 2014.
Y cuál es el título de dicha nota? “LA
RESISTENCIA EPISTOLAR”
Voy a copiar aquí, la presentación de
dicha nota: “Una carta cruza océanos, pasa de mano en mano, llega sin aviso, da
placer al tacto y siempre sorprende. Sí, aún subsisten quienes practican el arte de la correspondencia"
Luego, Silvina Dell'Isola, autora de la nota, se lanza al rescate de la correspondencia postal, ofrece datos más que interesantes, de diversas organizaciones, y también de personas solitarias que realizan acciones para revalorar esta buena y afectuosa manera de comunicarse.
¡Que importa que tarde más que un mail, o un wasap! ...¿porqué desterrarlas? Una cosa, no debería invalidar a la otra. Para lo urgente, para lo laboral, ¡bienvenido el avance tecnológico! para escribir con el alma y dedicarse al ser entrañable, la carta de "puño y letra". ¿O será cierto que ya no hay tiempo para la ternura, para los afectos, para las oraciones bien estructuradas y plenas de sentimientos?
En fin, como me sucede habitualmente, me bifurco en tantas ideas que me pierdo -y seguramente quienes leen este blog también- así que mejor, les cuento ahora que, quien me dejó esa maravillosa carta con esa nota, es además de lectora (no sólo de mi blog) mi compañera de portugués y ella, en el final de su carta -emulando a facebook- "me postula" para que trate el tema de las cartas en tres post consecutivos.
Pues, eso haré entonces, y en la próxima entrada voy a mencionar aquí donde se puede contactar a las gentes que están realizando acciones para que no queden las cartas en el olvido total, y de que se tratan las mismas. Como anticipo,algo que no extraje de la nota de La Nación. Hay aquí en Ushuaia un joven de poco más o menos 30 años, que lo estuvo intentando...Pero, me parece que se dio por vencido.
Como siempre,
gracias por leer mi blog. Espero opiniones, críticas y halagos también ¿Vale?
¡Hasta el viernes próximo! Buena vida
Frases para pensar: Hoy, Facundo Cabral x 3
"El amor nunca muere, sólo cambia de lugar"
"De la cuna a la tumba es una escuela, por eso lo que
llamas problemas son lecciones"
"Se gana y se pierde, se sube y se baja, se nace y se
muere. Y si la historia es tan simple, ¿por qué te preocupas tanto?"
H0y zafás:
Este viernes no verán en esta sección letritas propias porque, como ya dije, tengo muchas ganas de compartir el texto de Hernán Casciari, que seguramente algunos lectores y lectoras ya conocen, pues circuló por internet. En mi opinión, vale la pena refrescarlo. Me parece que el humor que conlleva implícito es para compartir, y la reflexión, entre lineas, acerca de la evolución -o no-de la narrativa, del valor intrínseco de los cuentos y relatos, queda librada al pensamiento de cada quien. Agrego que podemos deducir que, tal vez, se ha perdido el romanticismo.Va entonces la segunda parte.
El celular de Hansel y Gretel (parte II)
Muchas obras importantes, además, habrían
tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados.
La tecnología, por ejemplo, habría
desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García
Márquez se llamaría ‘Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una
familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia,
aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el Messenger.
La famosa novela de James M. Cain -‘El
cartero llama dos veces’- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se
llamaría ‘El gmail me duplica los correos entrantes’ y versaría sobre un marido
cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de
la joven adúltera con un forastero de malvivir.
Samuel Beckett habría tenido que cambiar
el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los
avances técnicos. Por ejemplo, “Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del
área de cobertura”, la historia de dos hombres que esperan, en un
páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca (o que se quedó sin
saldo).
En la obra ‘El jotapegé de Dorian Grey’,
Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y
sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la
carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio,
paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico Blancanieves no
consultaría todas las noches al espejo sobre ‘quién es la mujer más bella del
mundo’, porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 la conexión y
0,60 el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al
final se cansaría.
También nosotros nos cansaríamos, nos
aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas,
los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que
siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía
móvil y del wifi.
Todo ese maravilloso cine romántico en el
que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj,
porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de
cuatro líneas.
Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento,aquella
explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los
mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de
regreso a casa. La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche Nina, sin
querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante.
Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso
ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras
novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna
vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no
suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?
No. Le enviaremos un mensaje de texto
lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas.
Quizá le haremos una llamada perdida, y
cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en
modo vibrador.
¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al
borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre?
Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo ya está infectado de
señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que
la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le
das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos
pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas están perdiendo el brillo
-las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido
en héroes perezosos.