viernes, 18 de octubre de 2024

Manos

  Tampoco me importa el mío
Quienes me visitan asiduamente saben que no soy afecta a los "días de".
Sin embargo, en esta ocasión y habida cuenta de que el domingo 20 se celebra, en mi país, el "Día de la madre" voy a verter algunas opiniones sobre el "ser mamá"  y voy a dedicar esta entrada a las mamás del mundo, particularmente a las que sus hijos o hijas sólo la recuerdan en "el día de" y no cotidianamente.
En principio, voy a compartir una reseña de mi "principio" como mamá:
 



Oficio que se aprende sobre la marcha y de por vida. Una no se jubila de "ser mamá"  
Oficio en el que vamos creciendo y tratando de mejorar junto al crecimiento de nuestros hijos/hijas y que llevamos adelante con  alegrías y tristezas, aventuras y desventuras pero, siempre, con mucho amor. 
Oficio sin aguinaldos ni recompensas, excepto el ver que los hijos/hijas  llegan a la adultez siendo  buenas personas,  felices con sus elecciones de vida y valorando a esa mamá que, en algún punto,  se lo posibilitó.
Dicho esto, voy a compartir unos pensamientos que me parecen muy oportunos y que, salvo algún que otro agregado personal, extraje  de: https://www.lahora.com.ec/

Lo que toda madre debe recordar
No hay madres perfectas.
Ser mamá es un "oficio" no un sacrificio.
Se requiere una alta dosis de flexibilidad y creatividad.
Una buena madre entrega lo mejor de sí misma.
Todas las madres cometen errores.
De los errores se aprende. Hay que tomar nota de las equivocaciones para corregirlas.
De los hijos se aprende y mucho. Las mamás no siempre tienen razón por el solo hecho de ser "la adulta"
Expresar los sentimientos no significa gritar o arrojar los platos de la cocina. Es decir con claridad y en un tono normal lo que le está molestando.
Los hijos e hijas repiten y aprenden lo que hacen las madres y no lo que ‘dicen que deben hacer’.
Lo mejor es que sus hijos o hijas crezcan y sean independientes.
¡Felicidades a todas las mamás en su día y en cada uno de los días de la vida!  💖💖
Gracias por pasar, hasta el viernes que viene o hasta cuando gusten volver.
 
Lu
Esa Musiquita en el recuerdo
                                           Acá no zafás:
   (por eso me hice “bloguera”, para publicarme...entrega Nº570 de la                                                                                 suelta de mis letritas)
NOTA: Rescaté de mi archivo este cuento y vale aclarar que la anécdota de las manos me sucedió en la vida real. 

                                                                     Manos
Todos disfrazados. 
Fue la consigna para esa noche de pernocte en la escuela de mi hija. 

Los chicos y las chicas finalizaban la etapa, ¿feliz?, de escuela primaria. 
Noviembre se presentaba cálido y acepté la invitación para asistir como "mamá acompañante". 
Había aprendido a disfrutar, a partir de mi hija, de la compañía de esas maravillosas personitas que transitaban la "edad del pavo". 
Me esmeré en mi disfraz para no ser reconocida y lo logré. Era una perfecta bruja, máscara incluida. 
Montada en mi escoba, recorría el patio de la escuela ante el asombro de los niños y niñas que intentaban averiguar de quien se trataba tan misterioso y subyugador personaje. 
Convengamos que, por mi contextura física, bien podría haber sido uno de ellos. 
Las maestras -Yada y Ana-  disfrutaban del espectáculo a sabiendas de quien era "la bruja". 
Mi hija, muy buena actriz por cierto, seguía el ritmo de la intriga que se había generado entre sus compañeros y compañeras mostrándose igual de alborotada.
Todo eran risas, juegos, bailes... 
Mientras bailaba, feliz y divertida, se acercó Andreíta y me dijo: 
-Eh boluda, no sé quién sos boluda...Me das miedo boluuú...no puedo "sacarte"... 
Y en lo mejor de la fiesta y la intriga la que se acercó, sigilosamente, fue Julieta “arrastrándome” hasta el improvisado "bar" para mirarme las manos, bajo la lámpara que iluminaba ese sector. 
Me miró, sonriendo con aire triunfal, y sin darme posibilidad de defensa alguna, empezó a los gritos: "Chicos chicos, vengan, descubrí algo"
De pronto, me vi rodeada por una veintena de preadolescentes que esperaban oír la confesión de la compañera.
Entonces
Julieta, desafiante, altiva y feliz gritó ¡Mírenle las manos! ¡Esta no es de los nuestros! ¡Es una vieja! 
Riendo se  dispersaron luego para seguir con sus juegos, bailes y "chismeríos" típicos de la edad. 
¿Y yo? 
Quedé sola frente al escritorio, que oficiaba de "barra" del improvisado bar, mirándome las manos y, muerta de risa, supe que a partir de esa noche, cada vez que me invitaran a una fiesta de disfraces no olvidaría ponerme guantes.

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