Tampoco me importa el mío
Año nuevo
Estaba en mi jardín, soleado, verde, agreste, con calafates aquí y allá, lengas jóvenes e irreverentes y cubiertas de pan de indio, siemprevivas, manzanitas del diablo, mini margaritas silvestres, y los pájaros – gorriones, zorzales, y comesebos-desbordando sus trinares, desplazándose sobre el pasto y picoteando, alabando el magnífico día de verano, luego de tantos grises que, por suerte, quedaron en el pasado
Fiesta melódica en la primera mañana de un nuevo año.
Pensé que era una buena señal, una anunciación, un indicador de un feliz año para el universo todo. O, al menos, para mí.
Corregí mi
pensamiento, que por un instante se tornó absolutamente utópico, y mi
racionalidad lo volvió a su centro.
Algún cohete, tardío y clandestino, estalló cercano pero mi pequeño
bosque –por suerte – cubre totalmente la visión de los patios linderos. Es
mi muralla verde. Me siento protegida, y disfruto atrincherada en mi
pequeña fortaleza.
En esa contemplación me encontraba, cuando descubrí un chimango que
acertó a pasar por mi oasis personal.
-Debo acotar que no me agradan estos pájaros, que sus graznidos son agoreros, que rompen las bolsas de residuos y carroñan en ellas, y porque, dicen los antiguos pobladores de mi Ushuaia, anuncian nieve.
Pasó la maldita ave carroñera… ¡y pasó lo que tenía que
pasar!
Sentí sus excrementos tibios, chorreando sobre mi espalda que, al fin,
permanecía desnuda en este tibio y soleado primero de año.
Epílogo
De camino a la ducha, recuerdo que se considera de buena suerte si un
pájaro “te caga”
Entonces…
sonrío y pienso que seguramente este será para mí un gran año.