viernes, 19 de septiembre de 2025

El Cachito

 Tampoco me importa el mío 

Hoy voy a repetir un juego de adivinanzas que ya hice aquí hace 3 años.
Pero no se trata de adivinanzas sabidas desde siempre o tomadas de Google.
Su trata de adivinar dónde estoy.
Amo mis fotos de niña, amo las fotos en blanco y negro y, por lo mismo, hoy vuelvo a proponer el juego. 
¡A ver quien me encuentra!
Para ayudarlos les doy dos pistas:
1) esta soy yo niña:
                                                  
Y este es el vestuario que usé en esa muestra del taller de danza clásica al que alguna vez asistí. Siete u ocho años tenía entonces.
Y, acá van las fotos:
1) La muestra del taller. Representamos el cuento de "La Cenicienta"
2) Aquí, el día que tomé la primera comunión. Seis años tenía. Pista extra: estoy en la primera fila.
3) Y en esta última (al menos por hoy) estaba en la celebración de cumple de una prima. 
¡Me rio sola! ¿Se me estarán corriendo los patitos de la fila o será que el juego que hoy propongo es verdaderamente chistoso?
En fin amigas y amigos. ¡Es lo que hay!
Ya me dirán ustedes que les ha parecido, si pudieron o no encontrarme, si volvieron a activarse sus recuerdos o lo que tengan ganas de aportar.
Gracias por pasar. Hasta el viernes próximo, o hasta cuando gusten volver.  
  Lu
Esa Musiquita y la actualidad argentina
                                          Acá no zafás:
   (por eso me hice “bloguera”, para publicarme...entrega Nº608 de la                                                                                suelta de mis letritas)
NOTA: Una vez más elijo este relato breve para compartir. La última vez que lo publiqué fue, también, hace 3 años. 
Supongo entonces que no lo recuerdan los que en aquella ocasión visitaron mi casita de letras por lol cual "sonará novedoso" 
Quiero decir que es una historia real que, obvio, la conté lo más "literariamente" que pude pero el final es así de cierto. Me lo contó mi tía "Felisita" que por aquellos años era la directora de esa escuela.
El Cachito
Lo recuerdo ahora como si lo hubiera vivido. Viene nítido a mí, el relato que escuché tantas veces en mi infancia correntina.
Imagino la escuela, alejada del casco urbano. 
Imagino niños y niñas de miradas tristes, pieles agrietadas por el sol y el trabajo, sonrisas sin dientes y juegos en los recreos, como única alternativa de niñez.
Imagino también a las maestras, mirándolos condescendientes, sintiéndose cerquita de Dios por ser tan comprensivas y generosas con esas criaturas "pobres", que lejos estaban de ser de la misma casta que ellas. 
Imagino aquella mañanita soleada en que “importantísimas personas del pueblo”, hombres y mujeres "de bien" socios y socias del Club de Leones, concurrieron con su manto de piedad y un helado palito para cada infante. Ese fue el mejor regalo en el que pudieron pensar, a modo de celebración del "día del niño", allá por agosto del ’66.
Luego, lo de siempre: chocolate con “caras sucias” y caras sucias. 
Globos, juegos y canciones acompañadas por la guitarra desafinada de la maestra de música, que tenía un sueldo de miseria pero, por suerte, un marido estanciero.
Risas, gritos, peleas, empujones y al fin, al menos por esa mañana, niños y niñas disfrutando de la infancia como pocas veces podían hacerlo.
Finalmente, y como todo lo bueno, se terminaba la feliz jornada.
Finalmente, como cada día, se aprestaban a volver a sus ranchos para dormir la siesta , apretados en un camastro, entre la pared de adobe y sus hermanos. 
Y fue justo con el sonar de la campana anunciando la salida escolar cuando solito en medio del aula, “el Cachito” seguía estático, incrédulo, revisando una y otra vez su viejo portafolio heredado de algún alma caritativa.
Se acercó a él, solícita, la señorita Directora que como correspondía a aquellos tiempos y a esa sociedad norteña, se llamaba Felisita.
Se acercó para decirle si estaba sordo y por eso no había escuchado la campana, que ya debería estar en la fila tomando distancia para despedir a las maestras y compañeros. 
Se acercó más y sólo entonces se dio cuenta de que Cachito lloraba, con lágrimas silenciosas, miraba incrédulo sus dedos pegoteados de chocolate y desesperado buscaba el helado palito que había guardado en su portafolio, con el más puro amor de todos los tiempos, para llevárselo a su mamá.

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